El monstruoso coronavirus aún no desplegó todo su lúgubre poder destructivo. La ya oficialmente declarada pandemia se disemina por el planeta con su tortuoso mensaje de enfermedad y muerte. Obligados están los pueblos a replegarse dentro de sus fronteras, ciudades y casas. Un forzado aislamiento es uno de los precios a pagar para mitigar el exponencial y peligroso contagio.
EEUU suspendió sus vuelos a Europa, Italia se encuentra en una cuarentena absoluta, la ciudad eterna se muestra al mundo sin los millones de turistas que anualmente la disfrutan. El Vaticano sufre el sueño de todo pagano, se encuentra sin la presencia de sus miles de fieles que a diario la veneran. El mismísimo Papa Francisco suspendió el oficio público de la Santa Misa con presencia física de devotos. Los eventos religiosos y las homilías clericales son difundidos por internet. Argentina, como otros países, anunció que momentáneamente no otorgará visas a ciudadanos de los países infectados por el letal virus.
En todo el globo terráqueo se han suspendidos recitales, eventos deportivos y reuniones que agrupen un gran número de personas. Escuelas cerradas en algunas naciones y la posibilidad del cese de las clases escolares está en carpeta en todas las comunidades.
El coronavirus también infectó la economía mundial drásticamente. Las líneas aéreas están paralizadas, no pueden planificar ni proyectar acción alguna. El turismo en sí, momentáneamente, está aletargado en grado sumo. Restaurantes, bares, teatros, cines y comercios en general están ingresando a una obligada invernación económica, las bolsas de valores mundiales se desploman violentamente, el futuro bursátil es una sombría incógnita generalizada. En este panorama, ¿quién invertiría dinero en algún rubro de producción?
¡El mundo está ingresando a una pesadilla jamás sospechada!
Es lógico que ante este panorama reine suma preocupación, pero debemos evitar el miedo. El pánico congela las iniciativas loables. Fe, esperanza, ciencia, alegría y recaudos adecuados son las premisas a seguir.
La humanidad, desde sus comienzos, se ha visto a prueba. Siempre ha superado los desafíos que entorpecían su desarrollo y el coronavirus también va ser trascendido. Así recordaremos estos días con dolor por los caídos y con júbilo por haber triunfado una vez más ante la adversidad.
Desde la fiebre amarilla hasta pestes crónicas que diezmaron a millones de seres humanos, todas fueron superadas por la raza humana. El coronavirus será vencido también, con disciplina y voluntad fraternal.
Nuestro presidente estimula la conciencia cívica, la autodisciplina como método soberano del desarrollo y esto es muy plausible. No obstante, debemos como sociedad extremar las medidas de cuidado social, saber prevenir para no lamentar males mayores.
Muchas medidas gubernamentales pueden resultar antipáticas y hasta desagradables e irritantes, pero el virus está entre nosotros. Debemos admitirlo, el autoengaño es nefasto. Siempre solidarios. Prevenir no significa empoderar el egoísmo en la forma de “sálvese quien pueda”. Más bien, pensar en nuestros hermanos nos aumenta tremendamente nuestro aparato inmunológico. El bien y la virtud han sido grandes antídotos para muchos males. Con compasión y amor al prójimo nos abriremos camino.
Alberto Fernández y nuestra República se encuentran ante un desafío inesperado en el seno de una economía sumamente frágil. Sobre angustias criollas, el mundial coronavirus nos llena la mochila de piedras, pero el padecimiento del virus nos dará una perspectiva renovada del auténtico sentido del esfuerzo humano.
Tomemos conciencia de que esta realidad que vivimos ha superado a toda ficción filmográfica que hayamos apreciado.
Los valores del espíritu estarán a prueba en estos días de combate e incertidumbre contra el mal reinante.
¡Recordemos que contamos con la infinita luz sanadora de DIOS a nuestro favor!
Máximo Luppino
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