Dos de nosotros

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sábado, 22 de enero de 2022

SOLEDAD ACUÑA, ¿SIN VOCACIÓN?

 

Máximo Luppino

Ejercer la docencia es un profundo acto de amor. Implica dejar atrás el personal “yo” y fundirse en un insondable espiritual nosotros. Estimular a niños y jóvenes en el mundo del conocimiento implica viajar junto a ellos hacia la gran aventura de aprender siempre más y descubrir la belleza y la libertad que produce servir al semejante.   


Compasión y empatía profunda son requisitos indispensables para colocarse con dignidad junto a niños y jóvenes en un aula cargada de entusiasmo por vivir. Allí, el buen maestro aprecia “tierra fértil” para sembrar un futuro de gloria. Parece que la ministra Acuña percibe desazón, abandono y derrotismo. Quizás esta posible idea de la ministra no sea otra cosa que la proyección de sus escasos valores humanos…


Soledad Acuña manifestó: “Ya es tarde,… Los chicos están perdidos en los pasillos de una villa o ya cayeron en actividades del narcotráfico”… Para Acuña “los pasillos de una villa” son un “infierno en sí mismos”. Pasillos que diariamente son transitados por trabajadores que cumplen sus labores luchando por un mejor porvenir para sus familias. El “pasillo de una villa” no es maldito ni nefasto. Es sólo un corredor de tránsito de personas que poseen anhelos y esperanzas de superación como otros habitantes de la República. 


¿Si los “pasillos de la villa” son un infierno, para Acuña, serán el séptimo cielo Puerto Madero o los mercantiles senderos de los shopping, donde las mercaderías ofician de dioses paganos capitalistas de escaso vuelo creador? ¿Será el poder adquisitivo próspero el “pasaporte” a la felicidad para la ministra de educación?

Señora, ministra: nadie está más “perdido” que aquellos que creen saber dónde están mientras deambulan por la vida sin ideales de justicia ni de superación. El “lugar” más funesto y lúgubre es el de creerse superior al prójimo y no reconocer la presencia de DIOS en todo y en todos… La ignorancia espiritual conduce a la torpeza intelectual, entonces se descarta a los que deberíamos incluir con cariño y dedicación. 


El que no siente vocación de servicio no sólo no puede ser docente, tampoco puede ejercer en modo alguno un cargo público. Sin FE en la raza humana no se puede ser ministra y mucho menos de educación. 


Esperemos que el señor Jefe de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires enmiende estos gravísimos conceptos primitivos y arcaicos de su ministra. De lo contrario, nos daría la imagen de que comparte la profana barbarie conceptual de Soledad Acuña. 


Hace pocos días, desde Mar del Plata, un profesor junto a ex-alumnos y alumnas diseñaron un satélite argentino que ya está en órbita y que la misma NASA valoró. El satélite San Martín nació en un aula nuestra llena de sueños y pujanza, como la inmensa realidad de las escuelas de toda la república. 


Si un alumno tropieza con problemas ahí debe aparecer la figura del docente que acude a socorrer y estimular para reorientar al que enfrenta una dificultad. 


Soledad Acuña parece no estar a la altura de las obligaciones de una ministra de educación. Piensa más en los “descartes” que en valorar la luz divina que emana de cada niño y joven de nuestra patria. 


La docencia es un sendero de realizaciones. Un maestro es un alfarero del amor y la dicha, sin lugar para mediocridades y resignaciones derrotistas. 


¡Cada alumno es un hijo a quien querer sin límites!


En general no hay malos alumnos. Suele de vez en cuando aparecer un maestro sin vocación. 


¿Será el caso de Soledad Acuña?




            Máximo Luppino


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